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Madrid www.madridiario.es 18/12/2009
Una exposición en el Museo de Arte Cicládico de Atenas recuerda cómo vivían la sexualidad griegos y romanos.
Sexo, amor y lujuria entre los dioses, los gobernantes y los simples mortales del mundo antiguo son el foco de una nueva exposición en la capital griega de este mes. Lámparas en forma fálica, cartas de amor gravadas en arcilla, y símbolos eróticos como amuletos de la suerte que datan del S. VII a. C. hasta el IV d. C. son sólo una fracción de lo que los visitantes podrán ver en una exposición dedicada al dios del amor en Grecia y más tarde en Roma.
"Eros: De la Teogonía de Hesíodo a la antigüedad tardía" se extiende desde el 10 de diciembre de 2009 al 5 de abril de 2010 en el Museo de Arte Cicládico de Atenas, con una colección de 280 piezas de 50 museos de Grecia, Chipre, Italia y Francia, como el Louvre.
La exposición examina el cambio de las percepciones de Eros (conocido como Cupido para los romanos) desde el siglo VIII a. C., cuando era visto como un dios influyente hasta la época romana cuando se convirtió en menos potente y simple compañero de Venus.
Los organizadores de la exposición dicen que los visitantes deben dejar al entrar en la puerta el sentido de la decencia del mundo moderno, porque los antiguos tenían muy pocos escrúpulos sobre el arte erótico.
"En la antigua Grecia se podía ver una escena sexual en un edificio público o privado de mala nota..., la gente no era mojigata", dijo el profesor Nicholas Stampolidis, director del Museo de Arte de las Cícladas.
"Hoy todo puede ser visto en revistas o en Internet, y, a pesar de esta libertad, hay una hipocresía enorme, un puritanismo inexplicable", dijo Stampolidis.
La exposición se divide en nueve secciones, inspirada por el número de las musas griegas antiguas, las diosas de la literatura y las artes. Se inicia con el nacimiento y la crianza de Eros. En uno de los jarrones, su madre, Afrodita, la diosa de la belleza, está lista para azotar a Eros bebé con una sandalia.
Eros crece y con él la lista de conquistas de los que han sido golpeados por sus flechas de amor. Lo que sigue es un Eros alado, apuntando sus flechas amorosas a los antiguos dioses y seres humanos.
Personajes tocados (por Eros) a lo largo de toda la historia griega y romana, incluidas parejas famosas tales como Marco Antonio y Cleopatra, cuya relación tórrida afectó el destino de dos de las naciones más grandes del mundo antiguo.
La exposición termina con el amor homosexual, la prostitución y los símbolos eróticos en artículos de uso cotidiano, tales como floreros, de los cuales se creía proporcionaban la fertilidad o simplemente utilizados para animar al personal.
"La gente sacará sus conclusiones sobre los seres humanos y Eros, y verá cómo se conceptuaba en la antigüedad y cómo se está comercializando hoy en día", dijo Stampolidis.
Algunas de las habitaciones tendrán las advertencias para los menores de 16 años de edad, pero la exposición está abierta a las escuelas y los niños. "Yo no veo por qué los niños deben aprender sobre el amor sólo de revistas, de amigos y no a través del arte", dijo Stampolidis.
El conflicto del Peloponeso, Heráclito y las memorias de un helenista.
En Grecia reside buena parte de lo que somos y, quizá por ello, el interés por un universo que está en nuestro sustrato más profundo nunca decae. En ocasiones, las publicaciones que nos remiten a ese tiempo fundacional pueden enlazarse con vínculos sutiles. Así quedan unidos aquí un conflicto que trastocó todo un mundo, el joven que en otra guerra equiparable, 2.300 años después de aquella, encauzó su vida hacia el conocimiento de momentos imperecederos y el hombre que propició el abandono de los mitos para buscar saberes más fiables.
«En las postrimerías del siglo V a. C. y durante casi tres décadas, el Imperio ateniense se batió contra la Liga espartana en una terrible contienda que cambió el mundo helénico y su civilización para siempre». Así, con resonancias clásicas, arranca 'La guerra del Peloponeso' de Donald Kagan, libro en el que este estudioso del mundo antiguo, profesor de la Universidad de Cornwell, comprime cuatro tomos, resultado de cincuenta años de estudio del conflicto que acabó con la pujanza de Atenas y debilitó la civilización griega, que no recobrará su vigor hasta la llegada de Alejandro Magno.
Pensado para que el lector no especializado se adentre en un conflicto que «sigue siendo la guerra más instructiva de toda la Historia de la humanidad» -en palabras de Robin Lane Fox, profesor de Historia Antigua en Oxford y otro de los grandes conocedores de aquel momento-, la obra de Kagan ilustra sobre la fragmentación del mundo griego y las profundas diferencias en el seno de lo que tendemos a percibir como un universo unitario. Vinculados por un territorio, una lengua y una etnia comunes, casi podría afirmarse que es más lo que los separa a la vista de las insalvables diferencias entre espartanos y atenienses. Y la distancia no reside sólo en la organización política. Pericles en la Oración Fúnebre con la que despide a los muertos en esa guerra expone el ideal ateniense y muestra el orgullo de un modo de vivir . Detrás de unas disputas territoriales entre aquellos que juntos frenaron el avance persa se ocultan, para Robin Lane Fox, «la completa diferencia de estilos de vida, de cultura y de mentalidad existente entre los atenienses y los espartanos».
«La guerra del Peloponeso fue un conflicto armado de una brutalidad sin precedentes, en el que incluso se violó el severo código que había presidido hasta entonces la forma griega de hacer la guerra, y en el que se quebró la delgada línea que separa la civilización de la barbarie», expone Kagan. «Un período de estancamiento, sombrío y pernicioso», añade Robin Lane Fox que «constituye una prueba evidente del fracaso político de los antiguos griegos».
Kagan refleja la magnitud de aquel conflicto cuando escribe: «Desde la perspectiva de los griegos del siglo V, la Guerra del Peloponeso fue percibida en buena manera como una guerra mundial, a causa de la enorme destrucción de vidas y propiedades que conllevó».
El mar Egeo era el centro de aquel mundo sometido a la bélica destrucción. Y hacia ese mar, el de Homero, navega en 1941, en el contexto de otra guerra también mundial aunque con unas dimensiones planetarias que empequeñecen hasta lo minúsculo al antiguo escenario griego, un joven oficial británico, estudiante de Cambridge alistado en la marina. Un joven que está llamado a convertirse en uno de los grandes expertos en el pensamiento presocrático, ese momento de transición entre el mito y el logos, entre la visión primitiva de la naturaleza y el intento de explicarla a partir de la materia y sus reglas. Un tiempo que aún hoy constituye un período de conocimiento intrincado y atractivo, sujeto a la interpretación, fragmentario y abierto. Y un tiempo que absorberá la inquietud intelectual de ese Geoffrey S. Kirk que en un mar, que ya lejos de ser el centro de la civilización es apenas una esquina de esa guerra mundial, se integrará en una flotilla británica de pequeños barcos camuflados -una rareza de la Royal Navy- dedicada a acometer acciones rápidas y sorpresivas por las islas del Egeo.
Kirk construye con la elección de ese destino su futura vida de helenista. Prolonga allí una admiración por el mundo clásico surgida en el jardín de infancia y la guerra le proporciona ocasiones de conocer sobre el terreno auténticas ruinas griegas, de adentrase en el escenario real de una pasión alimentada hasta ahora sólo por los libros. Avanza así en el camino que lo llevará convertirse, junto a Raven, en autor de Los filósofos presocráticos, un texto clásico imprescindible para conocer los grandes nombres de ese período. El Kirk estudioso descubre en estas aventuras «en el corazón de las aguas del color del vino» que también lleva dentro un hombre de acción... aunque sin pasarse. Sus memorias dejan además retazos deliciosos de la vida académica y aspectos nada risibles de la marina real británica.
Entre los primeros asuntos de interés intelectual de Kirk figura Heráclito de Éfeso, de sobrenombre El Oscuro, envuelto en esa confusión que impone la fragmentación de su saber, que nunca nos llega de forma directa ni completa y queda a merced de fuentes secundarias. Geoffrey S. Kirk comparte el desdén de Heráclito hacia «la erudición que no instruye al pensamiento» y reniega de «las eruditas notas a pie de página y las bibliografías exuberantes», con el propósito de conseguir «más claridad, al coste de que los críticos me atribuyan cierto desdén por la opinión de otros».
De ese Heráclito, en el que Hegel personifica el inicio de la filosofía, llega una nueva recopilación de 126 fragmentos con la singularidad de que cada uno de ellos se acompaña de las interpretaciones más significativas. Magnífico libro en el que encontramos al Heráclito que se aleja de los supuestos saberes de quienes lo preceden -«Maestro de muchos es Hesíodo. Atribuyen la más grande sabiduría a alguien que ni siquiera comprendía que el día y la noche son una misma cosa»-, capaz de explicar el mundo «por la discordia y necesidad» y que nos sustrae al capricho de los dioses, nos proporciona individualidad y autonomía cuando proclama que «el carácter del hombre es su destino».
Si Heráclito revelaba la consideración de la guerra como un proceso de desarrollo personal, de crecimiento del hombre, al afirmar que «las almas caídas en combate son más puras que las que sucumben a la enfermedad», Geoffrey S. Kirk, tras comprobar el modo en que los episodios bélicos barbarizan a quienes eran «auténticos héroes homéricos», advierte que la guerra sólo es «un negocio sucio». Una inflexión, en el pensar sobre asunto tan humano, que empezó a fraguarse en la guerra del Peloponeso, cuando su primer historiador, Tucídides, advertía ya que «la guerra es maestra de la violencia».
Via: CulturaClásica.com
Mutis por el foro
Hawass reclamó por primera vez la devolución de la Piedra de Rosetta en julio de 2003, aunque sólo consiguió que el Museo Británico enviara una réplica a Egipto en 2005. Este museo reiteró ayer mismo a «The Times» que no se plantea devolver la pieza original a su país de origen.
El teatro de mármol en ruinas bajo la Acrópolis, donde las obras de Eurípides y otros dramaturgos clásicos debutaron hace 2.500 años, será parcialmente restaurado, dijeron las autoridades griegas.
El Ministerio de Cultura dijo el miércoles que el trabajo de 6 millones de euros (9 millones de dólares) estaría terminado para el 2015 y que incluirá extensas adiciones modernas a los asientos de mármol que quedan del Teatro de Dionisio.
Construido en la ladera sur de la colina de la Acrópolis, el teatro se usó por primera vez a finales del siglo VI a.C. Albergó las primeras presentaciones de tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, así como las comedias de Aristófanes. Sobrevive una pequeña sección del aforo del siglo IV a.C., con capacidad para hasta 15.000 espectadores.
ENLACES: El Teatro de Dioniso en Wikipedia
Via: CulturaClásica.com
El próximo lunes 30 de noviembre de 2009, a las 20:00 h. María Eugenia Díaz Pascual, profesora de Griego, dará una charla sobre Galileo. Este 2009 se celebra el Año internacional de la Astronomía ya que se cumplen 400 años del uso del telescopio por Galileo con fines astronómicos.
María Eugenia es miembro de Céfiro y de la Sociedad asturiana de astronomía Omega.
Via: ASTURCÉFIRO
La existencia de esta divinidad hija de Zeus demuestra la importancia de esta ciencia desde la antigüedad.
Los griegos de la antigüedad plasmaron los grandes misterios de la creación en una gran variedad de mitos. La Teogonía escrita por el poeta beocio Hesíodo en el siglo VII a. C. contiene los primeros relatos estructurados sobre el origen del universo, los dioses y el ser humano, partiendo de mitos y poemas procedentes de una tradición oral. Las musas eran divinidades menores hijas de Zeus y la titánide Mnemósine (la Memoria). Según Hesíodo eran nueve: "Ella dio a luz a nueve jóvenes de iguales pensamientos, aficionadas al canto y de corazón alegre, cerca de la más alta cumbre del nevado Olimpo". Se movían entre el Olimpo, al que eran llamadas a menudo por Zeus para alegrar sus fiestas, y el monte Helicón, donde formaban bellos coros y recorrían sus ríos y valles.
Las musas supervisaban la inspiración poética y todas las actividades intelectuales. Eran además consideradas diosas del canto y, como tales, ligadas a Apolo, dios de la música, que dirigía en el Monte Parnaso el coro que ellas integraban.
La individualización de las musas comenzaría hacia el siglo IV a. C., cuando empiezan a encarnar las diferentes disciplinas artísticas de la antigüedad clásica. A Urania se le atribuyó en un principio el dominio de la poesía astronómica y más tarde la ciencia astronómica en general. El hecho de que la astronomía tenga su propia musa, demuestra la importancia que esta ciencia ha tenido para la humanidad durante miles de años.
Representada con un globo celeste
Urania aparece en numerosas representaciones artísticas (mosaicos, esculturas, óleos...) con un globo celeste y, en ocasiones, una corona de estrellas y un compás. La imagen de este artículo es una bella estatuilla de mármol blanco procedente de Churriana (Málaga), donde se encontró a principios de los años setenta del siglo XIX junto a dos cabezas femeninas y otros restos. Se cree que formó parte de un conjunto ornamental con las nueve musas y posiblemente Apolo de una villa romana de la zona. Fue ejecutada a finales del siglo I o inicios del II e inspirada en un modelo helenístico. La esfera celeste se aprecia a sus pies. Se cree que en su mano izquierda (perdida) portaba un radius, un instrumento utilizado en estudios de geometría. Destaca la delicadeza de los pliegues del ropaje, los rasgos de la cara y los detalles del peinado.
Esta Urania perteneció a los Loring-Heredia, un matrimonio de la clase alta malagueña del siglo XIX que reunió una importante colección arqueológica privada. En 2005 fue adquirida por el Ministerio de Cultura y desde entonces forma parte de los fondos del Museo Arqueológico Nacional.
(Montserrat Villar es investigadora del CSIC en el Instituto de Astrofísica de Andalucía y coordinadora del Año Internacional de la Astronomía en España.)
ENLACES: Especial del Año Internacional de la Astronomía de ELPAÍS.com
El maratón de Atenas celebrará el próximo año el 2.500 aniversario de la gesta del soldado griego Filípides, que en el año 490 a.C recorrió la distancia entre Marathón y Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa de Artafernes.
Filípides, cuenta la leyenda, recorrió los 42 kilómetros que separan ambas ciudades y, tras anunciar el triunfo de Milcíades, murió extenuado por el cansancio y las heridas, en un episodio que dio origen a la carrera de maratón.
La Asociación Internacional de Maratones y Carreras en Ruta (AIMS), reunida este fin de semana en la capital griega con motivo del maratón de Atenas, impulsó los actos de este aniversario.
"No podía haber un sitio más apropiado que la Tumba de Marathon para renovar nuestro compromiso con las carreras basado en el juego limpio, la amistad y la paz", declaró en su intervención el español Paco Borao, vicepresidente de la AIMS.
El maratón clásico de Atenas 2010 tendrá un sabor especial para sus participantes. "Para todos los corredores será muy especial participar en él porque no puede haber un aniversario más significativo. Será algo similar al centenario del maratón de Boston, o al maratón de Berlín tras la caída del muro", dijo el presidente del simposio, el alemán Horst Milde.
Via: CulturaClásica.com