lunes, 18 de octubre de 2010

HEINRICH SCHLIEMANN, EL MILLONARIO QUE ENCONTRÓ TROYA


Julio Arrieta, Diario Sur.es, 16 de octubre de 2010

La 'Autobiografía' de Heinrich Schliemann autorizada por su viuda reflejó una versión idealizada de la vida del arqueólogo.

Los primeros objetos de oro y plata que aparecieron estaban dentro de un recipiente de cobre: «Copas de oro de una libra de peso, grandes jarros de plata, diademas de oro, pulseras, cadenas para el cuello formadas por miles de laminillas de oro pacientemente engarzadas...». Lo que Heinrich Schliemann empezó a desenterrar el 31 de mayo de 1873 con su cuchillo junto a un muro al noroeste de las puertas de Troya era un tesoro. Había que hacer algo con todo aquello, sobre todo para evitar que cayera en manos de los lugareños. «Yo quería guardar aquel valioso hallazgo para la Arqueología», escribió. «Era preciso sustraerlo cuanto antes de la codicia de los obreros. Por eso, aunque todavía no era hora, hice que dieran la señal de descanso para el almuerzo». Hacerlo solo era imposible: «No hubiera logrado rescatar el tesoro si mi esposa no me hubiera ayudado; dispuesta en todo momento a ocultar bajo su chal y llevarse los objetos que yo fuera sacando».

Cuando encontró el tesoro de Príamo Heinrich Schliemann tenía 51 años y ya era famoso como descubridor de Troya, yacimiento en el que estaba realizando su tercera campaña de excavaciones. Sin hacer caso a sus críticos, vivió el hallazgo como un triunfo y como tal se recoge en su idealizada 'Autobiografía', que ahora edita en castellano Almuzara, un libro que en realidad fue 'armado' tras su muerte a partir de escritos anteriores por su viuda, Sophie, y su colaborador Alfred Brückner, por encargo del editor F. A. Brockhaus, de Leipzig.

Heinrich Schliemann nació en Neubukow, una localidad de Mecklemburgo, Alemania, en 1822. Era hijo de un pastor protestante, Ernst Schliemann, y apenas conoció a su madre, Luise, que murió de parto cuando él era un niño. La familia era humilde, pero sin llegar a pobre. Heinrich guardó un buen recuerdo de su padre, al que atribuye su interés por Homero. Por las noches, «me narraba a menudo y con gran admiración las hazañas de los héroes homéricos y los sucesos de la guerra de Troya. Con aflicción supe por él que Troya había desaparecido de la faz de la Tierra, sin dejar rastro». Un libro de historia ilustrado con un grabado de la ciudad de Príamo en llamas le marcó. Sobre todo porque llegó a la conclusión de que aquellos edificios tenían que estar en alguna parte, inquietud que intentó transmitir a su progenitor sin demasiado éxito: «Padre, si alguna vez existieron aquellos muros, no pudieron ser destruidos del todo, sino que estarán enterrados bajo el polvo y los escombros de tantos siglos».


Homero

A pesar de las estrecheces económicas Heinrich guardó un buen recuerdo de su infancia y sobre todo de una amiga, Minna Meincke, a la que contagió su afición por los tesoros. A falta de antigüedades griegas, los dos niños se contentaban con enredar por los alrededores: «La aldea tenía además una pequeña colina coronada por un monumento funerario, probablemente una tumba de la época pagana, que nosotros llamábamos la tumba del huno, en la que, según la leyenda, un bandido antañón había enterrado a su hijo predilecto en una cuna de oro».

Pero el jugar a tesoros se acabó bruscamente. «La muerte de mi madre coincidió con otra gran desdicha -escribió-, a consecuencia de la cual todos nuestros conocidos nos volvieron la espalda de repente y cesaron el trato con nosotros». La «desdicha», que la 'Autobiografía' soslaya, fue que Ernst había desfalcado los fondos de su parroquia. El incidente supuso también la ruptura forzada de la amistad de Heinrich y Minna, ya adolescentes enamorados.

La pobreza llevó al joven a abandonar los estudios formales y a dedicarse a todo tipo de oficios, empezando por el de ayudante de tendero. A pesar de todo, intentó estudiar por su cuenta y siempre recordó la impresión que le causó escuchar a un borracho recitando a Homero en griego: «Nos recitó no menos de cien versos de este poeta, midiéndolos con toda pasión. Aunque no entendí ni una palabra de todo aquello, su melodioso ritmo me causó una gran impresión y unas lágrimas cálidas se deslizaron por mi cara afligida». El joven Heinrich le pagó tres vasos de aguardiente para que repitiera hasta que no pudo más.

En vista de que su situación no mejoraba, en 1841 intentó emigrar a Venezuela, pero su barco naufragó cerca de Holanda, a cuya costa consiguió llegar a nado. Allí vivió la pobreza absoluta y llegó a fingirse enfermo para que lo ingresaran en un hospital y poder comer. Gracias a algunos conocidos, el joven consiguió por fin un empleo en una firma comercial: «Mi nueva ocupación consistía en presentar y cobrar letras de cambio en la ciudad, llevar las cartas al correo y recoger allí las que hubiera para nosotros». Seguía siendo pobre y vivía en una buhardilla que describe como un cuchitril, «mas nada espolea tanto el estudio como la indigencia y la perspectiva cierta de poder librarse de ella mediante un trabajo esforzado». Así que dedicó su tiempo libre a aprender idiomas por su cuenta para salir adelante y hacerse «digno de Minna», con la que aspiraba a casarse.

Schliemann desarrolló su propio método de aprendizaje, un sistema que le permitió dominar una veintena de idiomas y que a todas luces requiere unas dotes para el estudio poco comunes. Consistía en «leer en voz alta, hacer pequeñas traducciones, tomar la lección a diario, hacer redacciones sobre temas interesantes, corregirlas con el profesor», cuando podía permitirse uno, «aprender de memoria y recitar al día siguiente lo que se había corregido el día anterior». Llegaba a alquilar 'oyentes' para practicar y en una ocasión contrató «a un pobre judío, que por cuatro francos a la semana vino todas las noches un par de horas a escuchar mis declamaciones en ruso, pero no me entendía una sola palabra».

Hacer fortuna

En 1846 los patrones de Schliemann lo enviaron como agente comercial a San Petersburgo, donde consiguió ascender en la empresa, establecerse por su cuenta y hacerse rico en el plazo de poco más de un año. El joven creyó llegado el momento de pedir la mano de Minna. Demasiado tarde: «Cuán grande fue mi horror cuando al cabo de un mes recibí la espantosa noticia se había casado pocos días antes». En 1850 decidió viajar a California para ver qué había sido de su hermano Ludwig, del que tenía noticia de que se había enriquecido en plena la fiebre del oro. Al llegar descubrió que Ludwig había muerto y que un socio poco escrupuloso se había quedado con el dinero. A pesar de todo, el viaje tuvo una consecuencia insospechada: «Me encontraba todavía en California cuando, el 4 de julio de 1850, se constituyó en estado, y, como todos los residentes en el país aquel día fueron declarados ipso facto ciudadanos americanos, yo también me convertí en súbdito de los Estados Unidos». Ya estadounidense, Schliemann aprovechó para enriquecerse un poco con el mercado del oro en polvo antes de regresar a Rusia, donde emprendió el negocio que lo convirtió en multimillonario: el comercio del índigo.

La 'Autobiografía' dedica un notable número de páginas a describir al detalle el enriquecimiento de Schliemann en Rusia pero omite cualquier referencia a su primer matrimonio (1852-1868) con Ekaterina Lishin, con la que tuvo tres hijos y con quien nunca fue feliz. En el libro ni se la menciona, quizá por deseo de su segunda esposa, Sophie.

El primer objetivo de Schliemann cuando por fin pudo dejar los negocios para dedicarse a la arqueología fue Ítaca, la patria de Ulises. Excavó con ayuda de obreros locales y a 50º C a la sombra en lo que él identificó como el palacio del héroe. Los resultados no fueron muy alentadores: algo de cerámica, un idolillo, trozos de urnas funerarias. En los ratos libres que le dejaba el trabajo, se dedicó a recitar pasajes de 'La Odisea' a los aldeanos que, según él y de forma bastante improbable, lo escuchaban con fervor y rompían a llorar cuando Penélope reconocía a su amado Ulises. A pesar de los pobres resultados, Schliemann envió un informe a la Universidad de Mecklemburgo, que le concedió el título de doctor en Filosofía. El 11 de octubre de 1871 empezó la primera de sus cuatro campañas de excavaciones en Troya, que localizó a partir de las descripciones del paisaje de la 'Iliada' en la colina de Hissarlik, junto al estrecho de los Dardanelos, en Turquía.


Colaboradora apasionada

«Fui allí en compañía de mi esposa, Sophie», escribe el ya doctor. «Era griega, nacida en Atenas, gran admiradora de Homero, la cual tomó parte activa y muy entusiásticamente en la ejecución de aquella obra». De esta forma tan sucinta es presentada Sophie Schliemann en la 'Autobiografia'. Se omite el detalle de que Schliemann la había 'encargado' por correspondencia. Le pidió a un amigo que vivía en Atenas que le buscara a una joven griega, guapa, dispuesta a viajar y que fuera lectora de Homero. El resultado de la búsqueda fue Sophie Engastromenos, 17 años, hija de un comerciante arruinado. La joven accedió a casarse con él porque era rico. Sorprendentemente, la relación funcionó y Sophie se convirtió en una colaboradora apasionada.

Mientras excavaban, Heinrich y Sophie vivían en una choza, a pie de obra. Trabajaban con más de un centenar de obreros locales. A finales del siglo XIX el método arqueológico era rudimentario y Schliemann fue especialmente poco metódico. El lector familiarizado con la arqueología actual se sorprenderá al leer los detalles de la excavación. Al arqueólogo profesional le pueden dar vahídos. Abrían grandes zanjas de hasta 10 metros de profundidad allí donde el relieve del terreno sugería la presencia de alguna estructura. Encontraron muros y huellas de un incendio. Schliemann creyó reconocer siete ciudades superpuestas e identificó la segunda como la Ilión de Homero.

En junio de 1873 Schliemann suspendió los trabajos y regresó a Atenas con el tesoro de Príamo, dispuesto a publicar sus hallazgos. Al año siguiente emprendió la excavación de Micenas mientras el Gobierno turco le demandaba por robo. Tras año y medio de proceso, fue condenado a pagar 10.000 francos. El multimillonario accedió a abonar la mitad. A pesar de la mala relación con las autoridades turcas, regresó al país en 1875 con intención de seguir excavando. Consiguió los permisos, pero tuvo que trabajar vigilado por un diligente inspector, Izzet Efendi, convertido en su sombra con el propósito de «ponerme impedimentos en mi camino».

Entre excavaciones y peleas con las autoridades turcas, Schliemann siguió publicando sus hallazgos ('Troya y sus ruinas', 1875; 'Micenas', 1878; 'Tirinto', 1886.) que fueron cuestionados por algunos académicos, lo que le llevó a protagonizar varias polémicas, a veces sobre el terreno. Se llegó a decir que había montado el tesoro de Príamo a través del tráfico de antigüedades y que había falsificado los hallazgos de Micenas. Las críticas no lo inquietaron mucho: «Es muy conocido el éxito prodigioso y feliz que acompañó a mis excavaciones, lo enormemente grandes y notables que eran los tesoros con que enriquecí a la nación griega. Hasta en el futuro más lejano acudirán viajeros de todas las partes del mundo a la capital de Grecia para admirar y estudiar en el Museo de Micenas los resultados de mi actividad desinteresada».


Via: TERRAE ANTIQVAE

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aproximadamente 100 años antes, ya el Generalísimo Francisco de Miranda, Iliada y Odisea en mano recorría esos parajes buscando ilión.