Ana San Romualdo | Segovia www.eladelantado.com 10/01/2010
Es habitual considerar la de Fedra, la mítica esposa de Teseo arrebatada por la imperiosa necesidad de conseguir a su hijastro Hipólito, una historia de amor llevada al extremo. La historia de Fedra es la de una fuerza irracional y ciega, imposible de frenar ni capaz de medir consecuencias, como las de otros grandes amores, por supuesto, inevitablemente trágicos, como los de Romeo y Julieta o Calixto y Melibea.
José Carlos Plaza, director de la versión de “Fedra” de Juan Mayorga que Ana Belén puso en pie el viernes en el Teatro Juan Bravo, en el arranque de Clásicos 2010, dice en el programa de mano de la obra que Fedra ama. Yo creo que Fedra sufre una obsesión enfermiza, claramente nociva para su salud y la de los que la rodean, pero entrar en disquisiciones sobre dónde están los límites entre pasión y desequilibrio requeriría más espacio del disponible.
En cualquier caso, enamorada u obsesionada, la propia Fedra da la mejor definición de sí misma: “He perdido el control sobre mí, ahora soy una fiera enloquecida”. Una fiera que se enfrenta al desdén de un hombre que odia y desprecia a las mujeres porque las teme y a unas convenciones sociales que hacen impensable que la relación pueda tener opción de llegar a algún sitio.
La enfurecida fiera que es Fedra, auxiliada por su nodriza, Enone, que enreda más de lo que ayuda, como buena celestina, se embarca en una huida hacia delante que, con la vuelta a casa de Teseo, el marido ausente, termina como no podía ser de otra manera, como una tragedia griega, que las frases hechas casi nunca son gratuitas.
¿Qué aporta este montaje de Mayorga y Plaza a un mito sobradamente conocido? Para mí, una limpieza escénica que, aunque muy sobria y a punto de deslizarse hacia lo frío, se mantiene en lo elegante. Y sobre todo a una actriz enorme, de una presencia escénica incuestionable, que borda un papel en el que es complicadísimo no caer en los gritos y el aspaviento fáciles. La Fedra de Ana Belén sufre que duele verla porque no tiene un ápice de falsa.
En cuanto al resto del reparto, Fran Perea me pareció irregular como Hipólito. En términos generales, un poco inconsistente para que una mujer como esta Fedra pierda la cabeza por él; y aunque creíble durante la mayor parte de la obra, sus diez minutos de agonía me dieron la impresión de que no se los creyó ni él. A Alicia Hermida, con una amplia trayectoria teatral y prestigio como profesora de interpretación, la vi atropellada en algunos momentos y algunas de sus frases no llegaron a la sala. El resto de los actores, Chema Muñoz como Teseo y los dos jóvenes, Javier Ruiz de Alegría y Víctor Elías, estuvieron a la altura, en un reparto en el que Ana Belén concentra, del principio al final del montaje, todas las miradas.
Via: CulturaClásica.com
Es habitual considerar la de Fedra, la mítica esposa de Teseo arrebatada por la imperiosa necesidad de conseguir a su hijastro Hipólito, una historia de amor llevada al extremo. La historia de Fedra es la de una fuerza irracional y ciega, imposible de frenar ni capaz de medir consecuencias, como las de otros grandes amores, por supuesto, inevitablemente trágicos, como los de Romeo y Julieta o Calixto y Melibea.
José Carlos Plaza, director de la versión de “Fedra” de Juan Mayorga que Ana Belén puso en pie el viernes en el Teatro Juan Bravo, en el arranque de Clásicos 2010, dice en el programa de mano de la obra que Fedra ama. Yo creo que Fedra sufre una obsesión enfermiza, claramente nociva para su salud y la de los que la rodean, pero entrar en disquisiciones sobre dónde están los límites entre pasión y desequilibrio requeriría más espacio del disponible.
En cualquier caso, enamorada u obsesionada, la propia Fedra da la mejor definición de sí misma: “He perdido el control sobre mí, ahora soy una fiera enloquecida”. Una fiera que se enfrenta al desdén de un hombre que odia y desprecia a las mujeres porque las teme y a unas convenciones sociales que hacen impensable que la relación pueda tener opción de llegar a algún sitio.
La enfurecida fiera que es Fedra, auxiliada por su nodriza, Enone, que enreda más de lo que ayuda, como buena celestina, se embarca en una huida hacia delante que, con la vuelta a casa de Teseo, el marido ausente, termina como no podía ser de otra manera, como una tragedia griega, que las frases hechas casi nunca son gratuitas.
¿Qué aporta este montaje de Mayorga y Plaza a un mito sobradamente conocido? Para mí, una limpieza escénica que, aunque muy sobria y a punto de deslizarse hacia lo frío, se mantiene en lo elegante. Y sobre todo a una actriz enorme, de una presencia escénica incuestionable, que borda un papel en el que es complicadísimo no caer en los gritos y el aspaviento fáciles. La Fedra de Ana Belén sufre que duele verla porque no tiene un ápice de falsa.
En cuanto al resto del reparto, Fran Perea me pareció irregular como Hipólito. En términos generales, un poco inconsistente para que una mujer como esta Fedra pierda la cabeza por él; y aunque creíble durante la mayor parte de la obra, sus diez minutos de agonía me dieron la impresión de que no se los creyó ni él. A Alicia Hermida, con una amplia trayectoria teatral y prestigio como profesora de interpretación, la vi atropellada en algunos momentos y algunas de sus frases no llegaron a la sala. El resto de los actores, Chema Muñoz como Teseo y los dos jóvenes, Javier Ruiz de Alegría y Víctor Elías, estuvieron a la altura, en un reparto en el que Ana Belén concentra, del principio al final del montaje, todas las miradas.
Via: CulturaClásica.com
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