ROSA MONTERO 31/07/2010 ELPAÍS.com
Aquiles y Príamo, Ulises y Eumeo, Alejandro el Magno y los árboles proféticos ... Encuentros heroicos, libro de Carlos García Gual sobre seis escenas de la literatura clásica griega, es un ejemplo de sabiduría viva, profunda y sencilla.
Siempre he pensado que Carlos García Gual es un sabio, uno de los pocos sabios que he conocido personalmente en mi vida. Este catedrático de Filología Griega, medievalista apasionado y escritor de ensayos memorables, encarna a la perfección al hombre entregado a la búsqueda y el ejercicio de la sabiduría, que por cierto es una actividad fascinante y nada aburrida. Hace cosa de un año Gual publicó un pequeño volumen, Encuentros heroicos, seis escenas griegas, que es un perfecto ejemplo de esa sabiduría viva, profunda y sencilla. Porque la sencillez es un logro intelectual dificilísimo; como decía Steinbeck, lo mejor es siempre lo más simple, pero para ser simple hace falta pensar mucho.
Encuentros heroicos recoge los comentarios de García Gual sobre seis escenas de la literatura clásica griega, seis momentos que le emocionaron o interesaron especialmente por alguna razón. Alguno de estos fragmentos es conocidísimo, como el final de la Ilíada, cuando el viejo rey troyano Príamo va a pedir, a suplicar al feroz Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo, y otros son rarísimos, al menos para mí, como un episodio fabuloso y delirante de Alejandro el Magno consultando a los árboles proféticos (tal y como suena: dos árboles enormes, uno llamado del Sol y otro de la Luna, que se ponen a parlotear y vaticinar el futuro), obra de un autor desconocido en el siglo III después de Cristo. "Somos lectores, en general, triviales y apresurados", dice Gual en su breve y precioso prólogo. Y pasa a reivindicar, al menos de cuando en cuando, la lectura "más densa, más inactual, más intempestiva". La lectura de los clásicos, que es esa "literatura permanente" que sigue siendo capaz de rozarnos el corazón dos milenios después de haber sido escrita.
Pero si encima esa literatura está interpretada por Gual, entonces ya no es que nos roce el corazón, sino que nos lo masajea vigorosamente. Primero, porque es un hombre que ama las escenas que ha escogido y que es capaz de transmitirnos el enorme placer que a él le provocan; pero además porque nos explica por qué son tan hermosas. Porque nos enseña a ver y a entender. Qué lujo poder leer a los clásicos con un lector así susurrando en tu oreja. Erudito y modesto (rara combinación), Gual salpica el texto de formidables datos, de reflexiones luminosas que te hacen disfrutar del gusto de aprender. Por ejemplo: explica que, en los mitos de los héroes prototípicos, el héroe suele tener un padre oscuro o carecer de padre, porque el héroe "es hijo de sus hazañas". Lo cual me parece una observación bastante sustanciosa para ocupar tan sólo un par de líneas. Y el libro está lleno de detalles así.
Brilla la fuerza de los clásicos en estas glosas, se percibe su oscuro poderío. Es bellísimo, desde luego, el encuentro de Príamo y Aquiles. Llega el viejo rey furtivamente al campamento enemigo, destrozado de dolor, tras diez días de ayuno y once noches de insomnio, y se presenta súbitamente ante el cruel Aquiles, que lleva todo ese tiempo arrastrando y maltratando el cadáver de Héctor. Y Príamo se arroja al suelo, abraza las rodillas del héroe y besa sus manos: "Me he atrevido a hacer lo que ningún humano hizo hasta ahora: llevar a mi boca la mano del matador de mi hijo". Llora Aquiles, conmovido de la grandeza del viejo al humillarse y recordando a su padre; llora Príamo, viendo a su hijo en la joven figura del guerrero que lo mató. "Y luego comparten la comida, en silencio, mientras cae la noche, y el cuerpo de Héctor (que ha sido lavado y arreglado por orden de Aquiles) está tendido entre los ropajes del féretro, como si por encima de la guerra y la sangre persistiera un cierto sentido humano", dice Gual. Es una muestra de la victoria, "acaso momentánea y efímera, del humanismo sobre la crueldad y la destrucción".
Si la primera escena posee una grandeza heroica, con un tumulto de batallas como sonido de fondo, el segundo fragmento nos remite a la nobleza de las pequeñas vidas. Es un momento de la Odisea. Ulises vuelve a Ítaca disfrazado de viejo mendigo, y uno de sus esclavos, Eumeo, que es porquerizo, lo acoge, le da de comer y le ofrece un lecho sin reconocer a su amo, por pura dulzura y generosidad: incluso le da al mendigo su propio manto. Es un personaje lleno de una rara, moderna dignidad: "Ningún otro esclavo tiene en toda la literatura griega un papel tan destacado".
Y aún queda mucho más en este libro. Queda Ájax, recreado por Sófocles, un héroe primitivo en cuyo corazón no cabe la ternura, "el mejor ejemplo de esa arcaica cultura de la vergüenza (...) donde el temor a la opinión de los demás constituye el criterio fundamental de la conducta heroica". Duro como el pedernal y sin más espacio en su pensamiento que el que dedica a su honra, abandona a su suerte a su desgraciada amante, Tecmesa. Y queda Jasón, que enamora a Medea y le promete lindezas con tal de conseguir que la muchacha traicione a su familia y le ayude a llevarse el Vellocino de Oro. O queda la historia ya mencionada de los árboles adivinos, unos seres fantásticos que Alejandro encuentra al final de un largo viaje repleto de encuentros con estrafalarios humanoides: los Ictiófagos, recubiertos totalmente de pelo; los Oclitas, que, por el contrario, no tienen ni un vello en el cuerpo y son altísimos y delgadísimos como espárragos; los Esciápodos, que utilizan de sombrilla su enorme y único pie; los Arimaspos, que carecen de cabeza y llevan la cara en el pecho... Es tan seductor Gual en la presentación de estos fragmentos que te abre el apetito de leer más. Y sobre todo te hace consciente de las muchas cosas que ignoras y del placer que te proporciona que te las enseñen. Este libro es una lección, y es estupenda.
Fondo de Cultura Económica. México, 2009
160 páginas. 12 euros
ISBN: 9788437506296
Via: CulturaClásica.com
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