viernes, 4 de junio de 2010

"CANINO" (Κυνόδοντας)



Yorgos Lanthimos firma una de las películas más turbadoras de los últimos tiempos, una perla perversa extravagante y de un grosor de difícil descripción y digestión. Un clásico inmediato.

“Canino” nos presenta a una familia que vive en un espacioso y confortable chalet en extraordinaria paz y armonía. Padre (Christos Stergioglou) y Madre (Michele Valley) cuidan de sus tres vástagos, dos chicas, La Mayor (Aggeliki Papoulia) y La Menor (Mary Tsoni), y un varón, Hijo (Christos Passalis). El director y guionista griego Yorgos Lanthimos nos invita a conocer su día a día, en una de las propuestas más turbadoras de los últimos tiempos, contundente en su parquedad y decisiva en su nada sutil lectura, infestada de mensajes en absoluto velados y atravesados por un fulgor de estoicismo e inmoralidad realmente asombroso y desconcertante.

Amenazados por un exterior impreciso, al que sólo se puede acceder mediante una transformación específica del cuerpo, la sobreprotección paternal toma forma colosal ya desde los primeros compases de la narración, un control incondicional que lleva a dislexias forzadas, modificaciones de la percepción de volúmenes y espacios y un estricto código de actuación, que a pesar de todo muestra pulso extremo a la hora de satisfacer las necesidades de los muchachos, especialmente del varón, con un equilibrado esquema de dietas, ejercicio físico y satisfacción sexual no endogámica. A caballo entre el dogma, el Pasolini más hiriente y la desconcertante naturalidad del mejor Haneke, Lanthimos mantiene el tono con extraordinaria coherencia y explicitud, fijando la atención de un palco que salta del cómico desconcierto inicial a un constante estado de incomodidad expectante, incapaz de discernir el rumbo que tomará la historia.

Con todo, no deja de sorprender la capacidad del cineasta para provocar sentimientos contrapuestos a la hora de arrancar carcajadas inevitables, a pesar de la conciencia ineludible del observador de que lo que sucede en pantalla no ha de ser percibido humorísticamente. Alucinada, alucinógena, alucinante, la extraordinaria meticulosidad con la que el reparto ─soberbio todo él, sin fisuras, sin dudas, sin maniqueismos─ afronta su participación en este experimento sin concesiones consigue un nivel de empatía irrechazable y sorprendente; la sensación de cercanía se multiplica en los arrebatos irrefrenables de los herederos de este micromundo opresivo y extravagante, impulsos más libertarios que liberadores espoleados por la esencia inquebrantable del espíritu humano. Sin embargo, el azar, la inconsciencia, la imposibilidad de escapar al control anulan toda esperanza. Hora y medida de pureza perversa. “Canino” es ya un clásico imprescindible.


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