El junco de papiro crece en las aguas del Nilo, alcanza entre tres y seis metros y con las fibras del tallo los egipcios descubrieron, hace cinco mil años, que además de sandalias, cuerdas y cestas, podían fabricar hojas en las que escribir. Luego cosían estas láminas hasta formar una tira larga, que guardaban enrollada. Habían inventado el rollo de papiro.
Después de siglos escribiendo sobre materiales como la piedra, la madera o el metal, los egipcios habían logrado fijar la escritura sobre un objeto flexible, ligero y transportable. Un avance revolucionario. Ese es un momento estelar de la humanidad, digno de un capítulo en esa memorable obra de Stefan Zweig.
El infinito en un junco es el título del libro de Irene Vallejo. Doctora en Filología Clásica por las Universidades de Zaragoza y Florencia, Irene Vallejo es también novelista, columnista en el Heraldo de Aragón y autora de dos libros infantiles. Woody Allen dice en uno de sus guiones «he acabado un curso de lectura rápida», y su interlocutor le pregunta, «¿qué tal te ha ido?», a lo que Allen contesta, «bien, bien, he leído Guerra y Paz». De nuevo le pregunta su interlocutor «¿Y de qué va la novela?» (esta novela de Tolstoi tiene 1.300 páginas), a lo que Allen sentencia «Va de rusos».
¿De qué va El infinito en un junco? Pues bien, va de libros y de bibliotecas. Es una historia de los libros en un recorrido apasionante por el mundo clásico que llega hasta las lecturas de nuestros días y nuestras noches. El subtítulo lo explica: La invención de los libros en el mundo antiguo. Pero es mucho más que un recorrido deslumbrante por la historia de los libros en el mundo clásico. A lo largo de estas 449 páginas hacemos, en realidad, un viaje por el mundo clásico a través de los libros. Y todo ello con referencias constantes a la actualidad, pasando por autores y cineastas que han formado parte de una educación sentimental (Flaubert dixit), en la que me siento identificado; de Borges a Twain, de Cavafis a Bryce Echenique, de Canetti a Faulkner, de Auster y Pérez-Reverte a Vargas Llosa, de Tarantino a Scorsese.
Sostiene Vallejo que los libros «tienen la sutil capacidad de trazar un mapa de los afectos y las amistades». El infinito en un junco es una apasionada declaración de amor a la lectura, a la literatura, es una declaración de amor a los libros: «Hay algo asombroso en el hecho de haber conseguido preservar las ficciones urdidas hace milenios. La humanidad desafió la soberanía absoluta de la destrucción al inventar la escritura y los libros. De alguna forma misteriosa y espontánea el amor por los libros forjó una cadena invisible de gente que, sin conocerse, ha salvado el tesoro de los mejores relatos, sueños y pensamientos a lo largo del tiempo».
Este libro es Las mil y una noches de los libros y de las bibliotecas en el mundo clásico. Va enlazando relatos que surgen uno del otro, al contarse uno, de repente surge otro relato, y este otro crea otro nuevo. La narratio de la retórica clásica, story telling le llaman ahora (al decirlo en inglés le parece más importante a quien lo pronuncia). De la fascinante historia de la Biblioteca de Alejandría a la imaginada Biblioteca de Babel de Borges (¿o era real?), pasando por la Villa de los Papiros de Herculano, de los poemas de amor de Safo a la subversión amatoria de Ovidio, este libro es también una reivindicación práctica de los clásicos grecolatinos, de la necesidad de las humanidades clásicas para entendernos mejor a nosotros mismos (a veces es doloroso). «No todo lo nuevo merece la pena: las armas químicas son una invención más reciente que la democracia», y es que, decididamente, no hay nada más moderno que el mundo clásico.
Clasificamos las cosas para comprenderlas mejor, y clasifican este libro como ensayo, pero es en parte un libro de memorias, es un libro de relatos y, sí, es también un ensayo, que tiene ritmo narrativo y poético, deliciosamente escrito, en el que el lector se disuelve al leerlo. Unos egipcios, al borde del Nilo, hace cinco mil años, mezclaron la orientación de las fibras del junco de papiro y así inventaron una hoja en la que escribir. Lo hicieron para que, cinco mil años después, pudiéramos disfrutar tanto leyendo esta obra luminosa, El infinito en un junco, cuya lectura atrapa y seduce al lector con su ritmo, su fluidez y su fuerza.
EL LIBRO, CORREDOR DE FONDO: «El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo», y miles de años después leerlo es una de las cosas que le dan sentido a este suspiro. Leer esta obra de la filóloga clásica Irene Vallejo es, como escribió Marco Aurelio, «retirarte hacia esa pequeña región en la que eres tú mismo». No te la pierdas.
Via: Nueva Revista
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