Pablo Bujalance Málaga http://www.malagahoy.es/ 28/09/2008
La colonia fundada junto al río Vélez en el siglo VI a. C. constituyó el extremo occidental de la Magna Grecia.
Cualquier lector de la Odisea habrá disfrutado con la narración homérica del descenso de Ulises al Hades, donde mantiene ilustrativas conversaciones con diversos muertos, algunos de los cuales le tocan muy de cerca. Este episodio constituye la cumbre literaria del tránsito del héroe durante diez años antes de regresar a su Ítaca, que inició una vez acabada la guerra de Troya. La tradición sitúa el mapa del tránsito del Ulises exiliado y castigado por los dioses, polifemos y sirenas en la Magna Grecia, esto es, los territorios que ocuparon los colonos griegos en el tramo más occidental del Mediterráneo: el sur de la península italiana, Sicilia, el litoral mediterráneo francés (con ciudades como Niza, Marsella y Antibes) y, en el extremo, Mainake, construida en la ribera del río Vélez en Málaga. Sólo los marinos y comerciantes griegos más bravos accedieron a instalarse en un enclave tan alejado del Peloponeso. Existía un reclamo de poderoso atractivo: la plata de Tartessos, codiciada por los fenicios, revelada por los egipcios y, de esta manera, buscada también por los griegos. Mainake es el testigo más importante de la presencia griega en la Península Ibérica, pero su situación cerca de las columnas del Atlas hacía a los colonos helenos imaginar en sus dominios el Hades, puerta última del fin del mundo.
Los griegos fundaron Mainake como consecuencia, primero, de la aparición de la colonia fenicia del Cerro del Villar (en la desembocadura del Guadalhorce) en el siglo VIII a.C., pero también, especialmente, por la desaparición de ésta tres siglos después. El primer asentamiento fenicio y el éxito comercial de las incursiones de sus habitantes en territorios indígenas llamaron poderosamente la atención de los griegos, que decidieron instalarse en la misma ciudad, levantada en el delta del citado río. Pronto, constituyeron una suerte de grupo autónomo en la próspera colonia, y cuando ésta desapareció tragada por el caudal que creció a causa de la deforestación humana, decidieron levantar un emplazamiento exclusivamente griego unos 40 kilómetros al este, cerca de Torre del Mar. De hecho, algunos historiadores apuntan que el Cerro del Villar fue la primera Mainake griega. De la anexa al río Vélez, las primeras noticias las dio un navegante de otra ciudad de la Magna Grecia, Massalia (hoy Marsella), en el siglo VI a. C, por lo que es posible que los colonos griegos no esperaran a la extinción del poblado fenicio del Cerro del Villar para construir su propia urbe, aunque sí lo harían, de manera inevitable tras la catástrofe, para repoblarla y consolidarla. Poco después, en el mismo siglo, fue el poeta latino Rufo Festo Avieno el que incluyó una referencia a Mainake en su Ora marítima. Y poco más, salvo menciones de Estrabón y Ptolomeo, se sabe de esta ciudad, que cayó, como el resto de la Magna Grecia, bajo el poder del Imperio Romano. Previsiblemente, los griegos de Mainake se dedicaban a las mismas tareas del resto de helenos repartidos por el Mediterráneo: el comercio y la navegación. La extensión de la Hélade por el todo el mar favorecía la compraventa de productos como la vid, el hierro y el aceite, que pudieron tener su puerta de entrada a la Península Ibérica primero en el Cerro del Villar y luego en Mainake.
El arqueólogo que más ha contribuido al conocimiento de Mainake fue el alemán Adolf Schulten (1870-1960), quien, especialmente después de la Guerra Civil, dedicó sus esfuerzos a desentrañar las huellas de esta colonia griega. Los trabajos arqueológicos de Schulten (que fijó una edición crítica de la Ora Marítima de Avieno, incluida en su monumental Fontes Hispaniae Antiquae) en la zona deben entenderse en el marco de la búsqueda de Tartessos, a la que acudieron en su día fenicios y griegos y cuyo verdadero centro quiso descubrir el alemán, sin éxito. Schulten trazó una línea de continuidad entre Mainake y el cercano emplazamiento de Mainoba, en Cerro del Mar, construido por los romanos después de que los griegos fueran vencidos. El misterio de Mainake, desde entonces, aguarda una respuesta.
Los griegos fundaron Mainake como consecuencia, primero, de la aparición de la colonia fenicia del Cerro del Villar (en la desembocadura del Guadalhorce) en el siglo VIII a.C., pero también, especialmente, por la desaparición de ésta tres siglos después. El primer asentamiento fenicio y el éxito comercial de las incursiones de sus habitantes en territorios indígenas llamaron poderosamente la atención de los griegos, que decidieron instalarse en la misma ciudad, levantada en el delta del citado río. Pronto, constituyeron una suerte de grupo autónomo en la próspera colonia, y cuando ésta desapareció tragada por el caudal que creció a causa de la deforestación humana, decidieron levantar un emplazamiento exclusivamente griego unos 40 kilómetros al este, cerca de Torre del Mar. De hecho, algunos historiadores apuntan que el Cerro del Villar fue la primera Mainake griega. De la anexa al río Vélez, las primeras noticias las dio un navegante de otra ciudad de la Magna Grecia, Massalia (hoy Marsella), en el siglo VI a. C, por lo que es posible que los colonos griegos no esperaran a la extinción del poblado fenicio del Cerro del Villar para construir su propia urbe, aunque sí lo harían, de manera inevitable tras la catástrofe, para repoblarla y consolidarla. Poco después, en el mismo siglo, fue el poeta latino Rufo Festo Avieno el que incluyó una referencia a Mainake en su Ora marítima. Y poco más, salvo menciones de Estrabón y Ptolomeo, se sabe de esta ciudad, que cayó, como el resto de la Magna Grecia, bajo el poder del Imperio Romano. Previsiblemente, los griegos de Mainake se dedicaban a las mismas tareas del resto de helenos repartidos por el Mediterráneo: el comercio y la navegación. La extensión de la Hélade por el todo el mar favorecía la compraventa de productos como la vid, el hierro y el aceite, que pudieron tener su puerta de entrada a la Península Ibérica primero en el Cerro del Villar y luego en Mainake.
El arqueólogo que más ha contribuido al conocimiento de Mainake fue el alemán Adolf Schulten (1870-1960), quien, especialmente después de la Guerra Civil, dedicó sus esfuerzos a desentrañar las huellas de esta colonia griega. Los trabajos arqueológicos de Schulten (que fijó una edición crítica de la Ora Marítima de Avieno, incluida en su monumental Fontes Hispaniae Antiquae) en la zona deben entenderse en el marco de la búsqueda de Tartessos, a la que acudieron en su día fenicios y griegos y cuyo verdadero centro quiso descubrir el alemán, sin éxito. Schulten trazó una línea de continuidad entre Mainake y el cercano emplazamiento de Mainoba, en Cerro del Mar, construido por los romanos después de que los griegos fueran vencidos. El misterio de Mainake, desde entonces, aguarda una respuesta.
El misterio de Tartessos
La Rosa de los vientos. Pasajes de la historia
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